La chomba azul (1)
Yo en Puerto Saavedra |
La chomba azul[1]
Aafke Steenhuis Traducción:
Adriana Bulnes
Que extraño es el estar de vuelta pienso
mientras camino hacia mi casa por las tranquilas calles rodeadas de jardines
oscuros. La noche es fría, los álamos susurran; su sonido me hace pensar en
otros álamos, en otros lugares. Como siempre que vuelvo de viaje, me sorprendo
al ver lo misteriosas que son siluetas para mi ya familiares. ¿Seguirán allí mi
casa, mi marido, mis hijos?
Entre las cortinas se cuela luz.
Seguramente Milo no se ha ido todavía a la cama.
Abro la puerta y veo luz sobre la mesa.
Allí está Nini que se levanta con pereza, brillante el largo pelo rubio bajo la
luz de la lámpara. Nos saludamos. Ella -- lirio pálido del norte -- me presenta
al hombre de pelo moreno que está a la mesa con ella.
‘Este es Francisco, mi novio.’
El hombre sonríe, me da una mano fuerte.
Tiene la piel irregular y pliegues marcados junto a la boca.
‘Conocí a Francisco en Groningen’ dice
Nini. Ella vive desde hace un mes con nosotros y nos ayuda como au-pair con el cuidado de los niños.
Ella es más joven que él. Él no parece sentirse muy cómodo.
‘¿Vives en Groningen? ¿Dónde?’
‘En Beijum, un barrio nuevo.’
Su acento me llama la atención. Conozco
esa pronunciación suave que hace cantar las sílabas.
‘¿En Beijum?’ repito para ganar tiempo.
Veo los llanos, las casas de campesinos y
los álamos junto al camino. Los cielos anchos. ‘Conozco Beijum de antes, de
cuando todavía no había casas. Viví con Milo cerca de allí.’
Miro la escalera a oscuras. ¿Estará
durmiendo Milo?. Nini advierte mi mirada y asiente.
‘Viviamos en una casa de campo fuera de
Groningen, por todos lados podíamos mirar hasta el horizonte’, me cuento a mi
misma mas que al desconocido que esta en mi casa.
Francisco dice que vive en una zona
interior del barrio. ‘Son casas bonitas. En el día los niños juegan con sus
bicicletas en la calle. Pero está muy aislado y cuando anochece no hay nada que
hacer.’ Según él, la gente allí no es feliz y hay muchas separaciones. Tiene la
voz ronca. Habla bien el holandés; sólo su entonación delata que es extranjero.
Nini, las manos bajo la barbilla, tiene
sus azules ojos fijos en él, sus labios formando una curva irónica. Ella no
habla mucho, hace las cosas en silencio. Por las mañanas cuida a los niños y
por la tarde se instala en su cuarto a leer.
‘¿Cómo han estado los niños?’
‘Bien, te echaron un poco de menos. Ayer y
hoy por la noche costó hacerlos dormir. Milo se los llevó a la cama, él se
acostó temprano.’
Nini nos sirve té. Bebimos en silencio,
unidos bajo el círculo de luz. ¿En cuántas casas hemos ya tenido estado esta
misma mesa hecha por Milo? ¿Cuántas veces he compartido el té con desconocidos
sirviéndolo en los mismos tazones blancos?
‘¿Desde cuándo estás en Holanda?’, le
pregunto en castellano.
Se sobresalta. ‘No me lo tome a mal, ya no
hablo casi el castellano.’
‘Es chileno’, me dice Nini.
Es lo que me parecía. ¿Qué debo hacer?
Quiero descansar. Tuve unos días agotadores,
mañana debo levantarme temprano para volver a retomar la vida de
siempre, cuidar a los niños, trabajar... Si me quedo, si me entretengo
conversando con él, pasarán horas. Lo miro indecisa.
‘En Groningen ya casi no veo a otros
sudamericanos’, me explica. ‘Tampoco siento la necesidad. Prefiero hablar en
holandés. Estoy aquí desde 1976.’
‘Después del golpe de estado’, afirmo.
El asiente.
‘¿Llegaste solo?’
‘Sí.’
Nos quedamos nuevamente en silencio. (...)
[1] Este cuento fue publicado en
holandés - su idioma original - en el libro de Aafke Steenhuis, Het meer van verhalen, Editora Contact,
Amsterdam/Antwerpen, 1999, isbn:
90-254-2189-X
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