el viento tiene su propio idioma de distancias y de olvidos.
suele también, cantarnos al oído su rumor de espera. y, claro, no hay
palabras cuando nos acaricia el viento.
A lo mejor ya te lo había dicho, pero la ciudad en la que
vivo la llamo, desde que llegué, la ciudad del cierzo. Es una ciudad de
viento. Y los días que sopla fuerte, que son muchos, mis palabras se
tambalean, cuando no vuelan lejos, se pierden, empujadas por la
ventolera. Qué queda entonces, Giovanni. Decir sin palabras, escuchar el
viento.
besos desde Buenos Aires.
(...)
¿Lo ha leído ella?
Un beso.