Entiéndeme, nací en una ciudad portuaria del Mediterráneo, donde viví un tercio de mi vida. Los dos tercios siguientes (y un poco más), en Madrid.
Se me haría duro ese color, esa sensación de frío, varias semanas seguidas. Pero por otra parte, seguro que mi pensamiento saldría ganando. Creo que hay, en la mediterraneidad, una superficialidad de la existencia.
Me cuenta mi hijo, que va en bici al trabajo, un trayecto de 30 minutos, que sin estar lloviendo ni nevando, tan solo cruzando ese gris frío, llega al trabajo como con una capa de hielo en la parte exterior de los pantalones. Eso me hace pensar en una atmósfera hostil (para un mediterráneo, me repito).
Así que ¡bien! por el color imaginario que añade Aafke. Lo considero un embellecimiento votivo, un deseo primitivo de “invocar” a la luz.
No quiero terminar este comentario sin añadir que, a cambio de todo lo dicho, ese silencio que se percibe en el gris me reconforta. Lo deseo.
Me gusta ese artilugio para cruzar, es simple, lo maneja uno mismo y se debe de estropear pocas veces. Yo soy de interior. No me disgusta el mar, para caminar, pero prefiero la montaña, incluso la estepa que hay cerca de aquí, pero me gusta escuchar o leer cuando otros hablan del mar o de la mediterraneidad. Manuel Vicent, por ejemplo. No sé cuánto condiciona el clima del lugar en el que vives, creo que bastante a pesar de todo. No solo por sus consecuencias físicas, el frío, el calor, sino también por las emocionales. Funcionamos mejor, creo, cuando hay sol, pero escucho mejor mis pensamientos en ambientes más nórdicos, menos ruidosos, más... impersonales, todo hay que decirlo. Es el ruido lo que menos me gusta.
No lo tengo muy claro, las cosas, pero es algo normal, el dudar. Tengo que pensar sobre la superficialidad de la que habla Nán.
NáN, eres privilegiado de haber nacido y vivido en una ciudad portuaria del Mediterráneo. Entonces crees que el gris incentiva a reflexionar más sobre la existencia humana... Quizás (o es quizá?). Aunque a mí me gustan escritores mediterráneos como Mercè Rodoreda y Elena Ferrante y también me gusta la gente mediterránea. En los pasados días fríos me llamó la atención que varios hombres, de edades de 12, 24 y 48 años estuvieron en camisa no más. Del hombre de 48 años pensaba que tal vez fuera ruso. Todo es relativo, hay rusos que consideran el invierno holandés como otoño o primavera. Será que ellos son aún menos superficiales? Es cierto, lo de Aafke es un deseo primitivo de invocar a la luz. Lo hace también con la expresión de su cara. Así me enamoré de ella y la sigo amando.
José Luis, es un tema recurrente en nuestros blogs, el de ser del mar o del interior. La luz condiciona bastante la percepción de la vida, y el viento, lluvia y frío también. Es interesante su impacto en las emociones y cómo eso funciona exactamente, o más o menos. Creo que depende también del comportamiento de la otra gente que te rodea y de si sales de tu casa o te quedas adentro. Hay una diferencia notable (significativa) entre cómo la gente es aquí en Holanda en invierno y primavera o verano. Eso de la superficialidad del mediterráneo, no lo sé, invita a pensarlo más.
Qué casualidad. Hace un mes le regalé a mi compañera (Ardilla es su alias en los blogs) el primer libro de la trilogía de Elena Ferrante y ya está con el tercero (y son bastante tochos) en las manos. Hacía tiempo que no la veía leer con tanto entusiasmo.
Voy a tratar de explicarme con lo de “superficial”, que tiene una connotación (indebidamente) demasiado negativa. Creo que sería mejor distinguir entre “intenso” (fuera de las connotaciones que se le da en muchos blogs) y “extenso”.
No puede ser casualidad que los mejores filósofos y pensadores europeos de los últimos siglos sean centroeuropeos. A veces tengo la ensoñación de que hace mucho frío, nieva, y he de vivir en soledad, intensamente con mis pensamientos, o compartiéndolos en un espacio interior y caldeado con una o dos personas. A veces, salimos a dar un paseo en el frío: que no hace sino mejorar la circulación cerebral, preparándome para una mayor intensidad.
Pero, ¿cuál es mi experiencia? Un tiempo amable que conduce a pasar mucho tiempo al aire libre, recorriendo un espacio urbano amplio: es lo extenso. Y en esos paseos es agradable ir parándote con los conocidos, compartiendo pequeñas experiencias (“Hola, ¿cómo estás?”), contándonos las pequeñas cosas de la vida. Terminas conociendo miles de experiencias de centenares de personas, con las que te paras a charlar en la calle.
Es difícil, en ese contexto, ponerte a meditar sobre el “Ser”. Pero es fácil tener experiencias de la vida.
Como anécdota, cuando era muy pequeño y mi madre estaba muy enferma, algún domingo mi padre se encargaba de llevarme a la playa. La distancia, en tiempo, podía ser de 10 minutos... ¡pero tardábamos horas!, porque mi padre se paraba a hablar con todo el mundo.
Ahora, yo hago lo mismo en mi barrio-pueblo del centro de Madrid, de 20 años y de 90 años (más toda la escala intermedia), con los que me voy a parando a tener breves conversaciones. Si voy solo, claro, porque cuando voy con Ardilla me tiene prohibido ir más allá de un saludo con la mano.
Esa diferencia entre intenso y extenso marca dos modos de vida, los dos magníficos. Y nuestro origen nos marca. Por eso, la idea de pasar mucho tiempo en un lugar frío y gris, me retrae.
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Entiéndeme, nací en una ciudad portuaria del Mediterráneo, donde viví un tercio de mi vida. Los dos tercios siguientes (y un poco más), en Madrid.
Se me haría duro ese color, esa sensación de frío, varias semanas seguidas. Pero por otra parte, seguro que mi pensamiento saldría ganando. Creo que hay, en la mediterraneidad, una superficialidad de la existencia.
Me cuenta mi hijo, que va en bici al trabajo, un trayecto de 30 minutos, que sin estar lloviendo ni nevando, tan solo cruzando ese gris frío, llega al trabajo como con una capa de hielo en la parte exterior de los pantalones. Eso me hace pensar en una atmósfera hostil (para un mediterráneo, me repito).
Así que ¡bien! por el color imaginario que añade Aafke. Lo considero un embellecimiento votivo, un deseo primitivo de “invocar” a la luz.
No quiero terminar este comentario sin añadir que, a cambio de todo lo dicho, ese silencio que se percibe en el gris me reconforta. Lo deseo.
Me gusta ese artilugio para cruzar, es simple, lo maneja uno mismo y se debe de estropear pocas veces. Yo soy de interior. No me disgusta el mar, para caminar, pero prefiero la montaña, incluso la estepa que hay cerca de aquí, pero me gusta escuchar o leer cuando otros hablan del mar o de la mediterraneidad. Manuel Vicent, por ejemplo.
No sé cuánto condiciona el clima del lugar en el que vives, creo que bastante a pesar de todo. No solo por sus consecuencias físicas, el frío, el calor, sino también por las emocionales. Funcionamos mejor, creo, cuando hay sol, pero escucho mejor mis pensamientos en ambientes más nórdicos, menos ruidosos, más... impersonales, todo hay que decirlo. Es el ruido lo que menos me gusta.
No lo tengo muy claro, las cosas, pero es algo normal, el dudar. Tengo que pensar sobre la superficialidad de la que habla Nán.
Un abrazo
NáN, eres privilegiado de haber nacido y vivido en una ciudad portuaria del Mediterráneo.
Entonces crees que el gris incentiva a reflexionar más sobre la existencia humana...
Quizás (o es quizá?).
Aunque a mí me gustan escritores mediterráneos como Mercè Rodoreda y Elena Ferrante y también me gusta la gente mediterránea.
En los pasados días fríos me llamó la atención que varios hombres, de edades de 12, 24 y 48 años estuvieron en camisa no más. Del hombre de 48 años pensaba que tal vez fuera ruso. Todo es relativo, hay rusos que consideran el invierno holandés como otoño o primavera. Será que ellos son aún menos superficiales?
Es cierto, lo de Aafke es un deseo primitivo de invocar a la luz. Lo hace también con la expresión de su cara. Así me enamoré de ella y la sigo amando.
José Luis, es un tema recurrente en nuestros blogs, el de ser del mar o del interior.
La luz condiciona bastante la percepción de la vida, y el viento, lluvia y frío también. Es interesante su impacto en las emociones y cómo eso funciona exactamente, o más o menos. Creo que depende también del comportamiento de la otra gente que te rodea y de si sales de tu casa o te quedas adentro. Hay una diferencia notable (significativa) entre cómo la gente es aquí en Holanda en invierno y primavera o verano.
Eso de la superficialidad del mediterráneo, no lo sé, invita a pensarlo más.
Un abrazo
Qué casualidad. Hace un mes le regalé a mi compañera (Ardilla es su alias en los blogs) el primer libro de la trilogía de Elena Ferrante y ya está con el tercero (y son bastante tochos) en las manos. Hacía tiempo que no la veía leer con tanto entusiasmo.
Voy a tratar de explicarme con lo de “superficial”, que tiene una connotación (indebidamente) demasiado negativa. Creo que sería mejor distinguir entre “intenso” (fuera de las connotaciones que se le da en muchos blogs) y “extenso”.
No puede ser casualidad que los mejores filósofos y pensadores europeos de los últimos siglos sean centroeuropeos. A veces tengo la ensoñación de que hace mucho frío, nieva, y he de vivir en soledad, intensamente con mis pensamientos, o compartiéndolos en un espacio interior y caldeado con una o dos personas. A veces, salimos a dar un paseo en el frío: que no hace sino mejorar la circulación cerebral, preparándome para una mayor intensidad.
Pero, ¿cuál es mi experiencia? Un tiempo amable que conduce a pasar mucho tiempo al aire libre, recorriendo un espacio urbano amplio: es lo extenso. Y en esos paseos es agradable ir parándote con los conocidos, compartiendo pequeñas experiencias (“Hola, ¿cómo estás?”), contándonos las pequeñas cosas de la vida. Terminas conociendo miles de experiencias de centenares de personas, con las que te paras a charlar en la calle.
Es difícil, en ese contexto, ponerte a meditar sobre el “Ser”. Pero es fácil tener experiencias de la vida.
Como anécdota, cuando era muy pequeño y mi madre estaba muy enferma, algún domingo mi padre se encargaba de llevarme a la playa. La distancia, en tiempo, podía ser de 10 minutos... ¡pero tardábamos horas!, porque mi padre se paraba a hablar con todo el mundo.
Ahora, yo hago lo mismo en mi barrio-pueblo del centro de Madrid, de 20 años y de 90 años (más toda la escala intermedia), con los que me voy a parando a tener breves conversaciones. Si voy solo, claro, porque cuando voy con Ardilla me tiene prohibido ir más allá de un saludo con la mano.
Esa diferencia entre intenso y extenso marca dos modos de vida, los dos magníficos. Y nuestro origen nos marca. Por eso, la idea de pasar mucho tiempo en un lugar frío y gris, me retrae.
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