Saturday, February 15, 2025

UNA HISTORIA o melodía que flota en el aire


Querido Humberto, la primera vez que escuché esta canción, "Yo quiero un amor", https://youtu.be/0ssyg2i1n60?si=A_D23sHziMGpSI1q, me gustó mucho menos que "Como llora una estrella". Pero ahora que lo escucho más a menudo, lo disfruto cada vez más. 
Probablemente eso se debe, entre otras cosas, a la sutil sonrisa del hombre que toca el cuatro y al gusto con que acompaña a la cantante, y también a la presencia de ella, ¿no crees? También escucho cada vez más lo bien que acompaña y lo especial que es la melodía: no es una melodía obvia y fácil de escuchar. Y el ritmo también me hace algo.
Después de escucharlo otra vez, tuve que pensar en cómo poco a poco me iniciaste en la música y el alma del Niño Ricardo. Al principio no me di cuenta de lo especial que era su forma de tocar la guitarra. Y gracias a ti también aprendí a escuchar mejor otras músicas y a otros guitarristas.
El alma del artista que toca o canta es mucho más importante de lo que solía creer. Gracias a ti, me he unido al gremio de los buenos oyentes.
Y eso me recuerda lo que una vez canté y toqué una noche en el "Ambulant" (nuestro barco frente a tu casa): https://youtu.be/DJRlOv6Vcdc
Aquella música, que brotaba espontáneamente en mí, a través del sonido de la guitarra, y a través de una especie de conexión y fusión con el cosmos, parecía venir de otro mundo que el mío, pero era mío. Yo no fui el creador de esa música sino una especie de transmisor, un médium.
Creo que en casi toda la música que “hago” soy más un transmisor que un creador. No toco lo que “tengo que” tocar, sino que sucede naturalmente.
Ayer escuché en la televisión, en el salón de guitarra de Pieter Nanne, una grabación de hace años, de un guitarrista tocando un preludio de Villa-Lobos que yo solía tocar, y no tuve ningún deseo de volver a estudiarlo. Mientras sigo disfrutando de la música que "transmito" cada día, inspirado por las largas tardes de los jueves contigo en tu estudio.
Creo que podría escribir un largo cuento sobre "Las largas tardes de los jueves", en el que los hilos de nuestras historias de vida, la tuya y la mía, se unen, y se tejen nuevos hilos, como el surco fresco en la tierra aún por arar, tirado por un caballo de trabajo o de tiro, con un arado de hierro detrás y un campesino que camina detrás del arado y conduce el caballo, o mejor dicho, ni siquiera tiene que conducirlo porque el caballo conoce su camino.
El conocimiento del caballo de tiro proviene, como en mí y como en ti (?), de una larga historia de caballos que lo precedieron y, en parte, también de una historia que flota en el aire, llena y vacía a la vez, tan ligera como una pluma o como una mota de polvo iluminada por el sol que flota en el espacio en un tiempo quieto, sin tiempo.

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